Mi fichaje más reciente permanecía dentro de la piscina, con medio cuerpazo fuera del agua. Enseguida habían llamado mi atención su corpulencia, su sexy vello corporal, su cara de cerdo vicioso. ¿De dónde había salido aquel tío que me ponía tan burraco?
Desprendía aquel maromo un olor a macho limpio, con ese aroma inconfundible a Williams que tanto alimentó mis fantasías onanistas durante mi adolescencia. Aquel tío me provocaba ensoñaciones en las que me visualizaba a mí mismo comiéndole los sobacos, justo allí, delante del resto de los bañistas.
Me entraron unas ganas irresistibles de acariciarme la entrepierna. Me ponía la sola idea de hacerme una paja allí mismo, bajo el agua, de cara a aquel macho y que nadie pudiera advertirlo. O mejor sí, mejor que cualesquiera de los otros maduros que estuviera rondando por allí pudiera percatarse de mi acecho, de mi juego.
Nadé hacia el borde de la piscina y me situé cerca de mi fichaje, como él, de cara al interior de la pila. Flexioné una pierna apoyándola en el muro. Si alguien se fijaba en mí manteniendo aquella postura, sólo podría observar que tenía una mano apoyada en mi regazo. Aunque yo ya me estaba acariciando.
Me la estaba tocando mientras no dejaba de mirar a aquel barbas tan atractivo. Aquella situación me excitaba sobremanera. Pero quería más, necesitaba acariciar mi polla más directamente, así que me la saqué con disimulo por el pernil del pantalón. Me la acariciaba con dos dedos, lo suficiente como para desnudarme el capullo. Estaba tan caliente que aquella leve caricia podría hacer que me corriera de un momento a otro.
Y cómo estaba aquel macho, cómo me gustaba observar el vello de su pecho medio mojado. Me encandilaban sus tetas, su barba tupida, su piel cubierta de aquella pelambrera nívea. No podía aguantar más, quería correrme antes de que aquel tío pudiera marcharse de allí. Acentué el ritmo de mis dedos que acariciaban mi capullo sin parar. Sentí que me iba y quería que aquel tipo me mirase. "¿Tiene hora…?", le dije. "¿Tiene hora, por favor…?" Y sentí cómo se me escapaba la lefa, mientras aquel tipo me miraba, tras sus malditas gafas de sol.