jueves, 29 de julio de 2010

Gitanoner

He encontrado más fotos de mi Gitanoner. ¡Qué tío!, ¡qué pedazo de macho!


Con esa barba negra tan espesa y esos muslacos más anchos que mis dos piernas juntas...




Las fotos se las sigue haciendo su mariliendre más enemiga, si no, no se entienden estas poses tan ridículas. Pero qué más da, si lo que a mí me interesa es follármelo y no que sea un frustrado de Broadway. No me digáis que no está para hincarse de rodillas en la arena, bajarle el speedo y hacerle una mamada de las que dejan agujetas en la mandíbula.



Imbécil, te voy a dar un pollazo en la cara que se te van a quitar las ganas de hacer el tonto. ¡Qué coraje!



saveHum... Cómo me excita su torso desnudo, chorreando. Casi no se le ven los pezones entre tanto pelo negro.

¡Cómo me gusta mi Gitanoner!

martes, 27 de julio de 2010

Muelle fácil

No puedo, no soy capaz de controlar mi cuerpo cuando asisto al espectáculo de tíos en bolas al alcance de mi vista, de mi mano y de mi polla. Mi nabo se empeña en pasar de mí, en ponerme en evidencia y hace vida propia. Por eso no soy apropiado para practicar nudismo.


¿Cómo no voy a reaccionar al ver este culo blanco emergiendo de las aguas? 







¿Cómo no me voy a poner rabón ante semejante descaro?



Y encima éste se toca, provocándome, haciendo que se me haga la boca agua imaginando que me como esa polla a la sombra.




Vaya bigotón. Ni siquiera tras el baño su verga se ha encogido lo suficiente como para pasar inadvertida ante semejante depravado, es decir, ante mí.




Este otro es un putón. No me digáis que no tiene delito hacer como que enjuaga el lubricante, digo la crema solar, para ponerme el culo en pompa. 





Huy, este madurote qué solito está, indefenso en medio de la arena, de la nada, cual cría de tortuga a punto de ser devorada por las gaviotas...





Guapo, sexy, cuerpazo. ¿Es un anillo de casado lo que llevas en tu mano izquierda? Qué peligro tienes, con esas orejas en forma de asa...







jueves, 22 de julio de 2010

La excusa de las tías



"Menos mal que nos han dejado solos", me decía, una vez su mujer se alejaba por la orilla junto a las demás féminas. "Así podemos charlar sobre lo que queramos sin que nos molesten, ¿verdad?" Y entonces empezó a hablarme de las tías que le gustaban, a mí, como si yo no supiera que estaba al tanto de que me tiraba la carne y no el pescado. Pero allí seguía, enumerándome todas aquellas famosas que lo ponían burraco, supuestamente, pensaba yo... Siempre había sabido que a aquel cabrón le gustaban los rabos más que a mí mismo y me daba cuenta de que detrás de la conversación de las tías había un deseo oculto de hablar conmigo sobre sexo.




¿Quería aquel tipo provocarme?, ¿quería ponerse cachondo porque le daba morbo un tío como yo? El caso es que empezó a ponerse nervioso: lo notaba porque mientras me hablaba abría y cerraba las piernas sin parar. Él estaba sentado en una silla y yo permanecía frente a él, sobre mi toalla, asistiendo a aquel movimiento de piernas que provocaba ya cambios de volumen en su paquete; aquel paquete que a mí tanto me gustaba, demasiado. Abrí las piernas para que pudiera contemplar el mío y, como no podía ser de otra forma, pronto sus ojos cayeron en esa trampa tan fácil.

Aquel tío quería jugar y a mí no me importaba darle juego. Se trataba de un maduro que me daba cierto morbo, aparte de que mi cabeza no dejaba de imaginarse su bigote hurgando entre mis nalgas. Decidí hacerle preguntas que lo desestabilizaran para llevarlo a mi terreno. Porque soy un provocador; porque para que me calienten la polla, la caliento yo primero.




"¿Y tú qué querrías que te hiciera esa rubia periodista que me has dicho que te pone?", le dije, de pronto. Se quedó un poco sorprendido y se limitó a sonreír tímidamente. "Venga, no te cortes conmigo. Dime qué te gustaría que te hiciera esa tía". Volvió a dudar, pero al instante parecieron iluminársele los ojos. "Pues quisiera que me la chupara", respondió entonces, sin dejar de abrir y cerrar las piernas. "Me gustaría que me la mamara porque me encanta que me la chupen y mi mujer no me lo hace". El tío se ponía cachondo mientras se confesaba conmigo y yo notaba que se le estaba poniendo cada vez más dura; que su enrome polla se le empezaba a hinchar escandalosamente dentro del speedo. Yo me inclinaba hacia detrás en mi toalla, abriendo cada vez más las piernas, provocando a aquellos ojos.

"¿Y tú qué le harías a ella?", volví a preguntar. "¿Yo...?", empezó a reír. "Se la metería por el culo", decía el muy cerdo, mientras su paquete había alcanzado ya su máximo esplendor y no apartaba la mirada de mi bulto.



Entonces me di cuenta de que algo iba a volver la situación completamente a mi favor. "Creo que tienes un pequeño problema", le espeté, esbozando una sonrisa maligna. "¿Cómo?". La boca de mi acompañante dudaba entra sonreír o permanecer apretada en una mueca de preocupación. "Creo que tienes un problema", reanudé mi ataque, "porque llevas unos speedo cuyo color no va a disimular la mancha de baba de tu polla". Y antes de que pudiera decir nada, ya le estaba lanzando una toalla al regazo. "Toma, cúbrete con ella y hazte la paja que estás deseando hacerte."



Quizá fuera porque estaba más caliente que una plancha o porque el tono claro y directo de mis palabras le confirió confianza, que el tío me hizo caso echándose por encima de las piernas la toalla, tensándola en su caída sobre los brazos de la silla. Sus manos quedaron bajo la tela y pronto percibí el movimiento inconfundible de la masturbación.




Y cómo me miraba aquel tío, con la boca entreabierta, mientras no dejaba de darle a la zambomba. Hasta que no me pude aguantar más y le dije "A ti lo que te pasa es que te van los tíos y lo que realmente deseas es mamármela y que luego de la meta por el culo, so cerdo", y entonces soltó un gemido y así supe que se había corrido.



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martes, 20 de julio de 2010

Tritones entre las rocas

Me ponen muy burro las fotos de estos tíos entre las rocas. Me imagino sus cuerpos sudorosos, brillantes, expuestos al sol. Parecieran crías de galápago varadas intencionadamente en la playa, esperando ser devoradas por los pajarracos del lugar.

Qué placer debe sentirse al acariciar sus torsos recalentados, con esos pectorales cubiertos de pelo empapado en su propio sudor. Pero cuando los tocas ya no son indefensos tortugas recién nacidas, sino tritones que te embaucan rápidamente con sus susurros al oído: "tócame, acaríciame la polla, quiero que me folles". Hablan tan bajito que no puedes estar seguro de si son ellos lo que emiten esas palabras o si se trata de una alucinación, fruto de la mezcla del cegador deseo con el murmullo del romper de las olas.

Los tritones te atrapan y te arrastran a sus huecos escogidos en el roquedal. Pretenden que creas que son tus víctimas y que están sentenciadas por el macho cazador: "No, no me hagas daño, por favor. Métemela con cuidado, con cuidado, oh..."

Cómo me pone el olor dulzón de sus espaldas cuando los empalo por detrás.








jueves, 15 de julio de 2010

Me enseñó un cojón

Permanecíamos a no mucha distancia, lo suficiente como para advertir que no me quitaba ojo tras los cristales de sus gafas.


Poco después comenzó con el tonteo, con la insinuación: se acariciaba su oronda barriga, su mano se paseaba con lentitud, demasiadas veces, por encima de su bañador. A aquel tío le ponía cachondo provocarme, como a cualquier calientapollas de playa consciente de que siempre hay un pervertido dispuesto a seguirle el juego.



Más tarde fueron sus dedos los que se hacían los remolones por sus ingles, al parecer debido a un incesante picor. Cómo me estaba poniendo aquel madurote, tan gordo, tan rotundo, de los que se te echan encima y te asfixian con su corpulencia de auténtico verraco copulador.

Y él debió de darse cuenta, sobre todo porque se aventuró a sacarse un cojón, delante de todo el mundo, sólo para que yo lo viera.


martes, 13 de julio de 2010

Baño improvisado


Los machotes de hoy no tienen nada de especial, son dos tíos más o menos buenorros, como otros cualesquiera. Pero hay algo en ellos que los diferencia del resto: han decidido que quieren estar en la playa sí o sí, por tanto no les importa haberse dejado el bañador en casa; así que, sin ningún reparo, se quedan en calzoncillos. Y eso es lo que me pone tan burro.

Sé que la prenda es igual que un bañador, pero noto, advierto, soy capaz de distinguir perfectamente que no se trata de un bañador, sino de unos calzoncillos y, como pervertido que soy, no puedo quedarme impasible ante esta nimia diferencia.

Y los veo ahí, despatarrados, tirados sobre los chinos sin ni siquiera una triste toalla con la que asentar sus culos. Pero, sobre todo, los veo calentándose los huevos al sol, en calzoncillos, y me pongo malito, muy malito.


Qué sexys, qué morbosos. Mirad al moreno con esa cadena tan calorra cuyo dorado hace contraste con la pelambrera negra de su pecho. Ay, si ese pive si tuviera al menos diez añitos más...

Hum...


jueves, 8 de julio de 2010

El ajedrecista




Mientras esperaba el obligado receso de la digestión, me gustaba acercarme a aquella sombra bajo la que se refugiaban siempre los mismos hombres. Solía haber más chavales que se quedaban en pie, mirando el lento discurrir de las partidas de ajedrez. Pero estaba aquel madurito que me llamaba sin gestos, sin palabras, sólo con la exhibición de su cuerpo en bañador.

Yo permanecía en pie como los otros chavales, sólo que mis ojos no estaban fijos en las fichas, sino en sus piernas, en su pecho y en sus brazos cubiertos de pelo. Me entraba un no sé qué cuando abría las piernas y podía observar los pelos rizados, chorreando en sudor, que poblaban sus ingles.

Y hacía tanto calor...

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martes, 6 de julio de 2010

Me corro en la piscina (Versión 2)



Aquel tío se había dejado a su mujer en la toalla para venir a acecharme al borde de la piscina. Lo malo no era que la mujer estuviera de cuerpo presente, sino que estábamos en una piscina pública, con niños, abuelos y, lo peor, miembros acérrimos del Foro de la Familia; y a ver qué pretendía aquel tipo que hiciéramos allí.

Nadé hacia el borde del agua. Me sentía como Ulises siendo atraído por las sirenas, esta vez en forma de piernas colgantes, peludas y mojadas, que me llamaban. Erguí mi cuerpo dentro del agua y me apoyé en el muro dándole la espalda a mi admirador. Escuché su profunda respiración y me gustó imaginar a aquella mole en el sueño nocturno, roncando como un auténtico cerdo. Los hombres que roncan me recuerdan a mi padre.
"Uf, qué calor hace, ¿verdad?", escuché que decía tras de mí. Sólo acerté a decir un "vaya..." y a continuación se hizo el silencio, en forma de hueco incómodo que urgía rellenar como fuera. Así que le espeté: "Si tienes tanto calor, ¿por qué no te mojas?". El otro, sin mediar palabra, abandonó su posición sedente para zambullirse en el agua. Al instante resurgió su cuerpo completamente chorreando. Con las manos trató de retirarse la cortina de humedad que se le escurría desde la calva. Fue ver aquellos triceps enormes, rematados con unos sobacos bien peludos, y ponérseme dura a reventar.




Mi pie buscó su pierna bajo el agua y mis dedos ascendieron piel arriba, con premeditaba lentitud, peinando aquel vello tan suave que se dejaba someter por mis caricias. Con la barbilla apoyada en mis brazos entrelazados no dejaba de observarlo y así traté de ofrecer mi mirada más puta antes de decirle, casi en un susurro: "Pues yo sigo teniendo calor, mucho calor." Y el otro se mordía el labio, respondiéndome con una miraba con la que parecía querer devorarme. El deseo se asomaba claramente a sus ojos, pero no se atrevió a decirme nada. "¿No me crees?", añadí. "Siento que el cuerpo me arde..."

Mi admirador estaba visiblemente nervioso, incluso bufó un tanto desesperado. Fue él quien se apoyó esta vez en el muro, de espaldas, pero muy cerca de mí. Su mano buscó mi entrepierna; se mostraba un poco torpe cuando empezó a acariciarme la zona interior de los muslos, hasta que subiendo por el pernil del bañador me agarró la polla. Mi corazón se aceleraba por momentos. Qué morbo estar siendo magreado por aquel pedazo de maduro, allí, delante de todos.

El tío mantenía la miraba al frente, disimulando, pero yo no podía dejar de mirar sus ojos mientras buscaba su verga bajo el agua. Cuando se la aferré con mi mano dejó escapar un leve gemido, casi imperceptible, pero que me puso a tope, desatado, casi violento en la forma en que le pelaba la polla.




Nuestras manos hacían su trabajo con la complicidad insuficiente del manto de agua que las cubría. "Dame fuerte", susurraba. "Dame fuerte, cabrón, que quiero correrme pronto." Y al poco tiempo escuché aquel "aaaagh" largo, casi doloroso, que me avisaba de que ya se había ido. En ese momento, el muy hijo de puta quiso dejar de masturbarme, así que tuve que retener su mano para garantizarme que seguiría allí hasta que me corriera.

Y ese instante llegó, sintiendo cómo un gran chorro de lefa abandonaba mi polla, corriéndome a gusto mientras pensaba que quizá mi semen permanecería allí, viscoso, flotando en las aguas, y hasta quién sabe si podría ser bebido por cualquier tío que nadase un poco distraído, con la boca abierta.

Hum... soy un cerdaco sin remedio.
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jueves, 1 de julio de 2010

Sandalias

No soy fetichista de los pies masculinos, sin embargo me excita ver esos mismos pies semidesnudos, sólo cubiertos parcialmente por unas sandalias. Disfruto cuando llega el verano y los hombres visten pantalón corto luciendo piernas velludas y fuertes. Se me van los ojos tras sus pantorrillas y siento la rabia animal tirando de mí al desear comérmelas a bocados.

A este barbas le permitiría descalzarse esos pies sudados y que con ellos me acariciara la polla, me la magreara, me la descapullara despaciosamente hasta hacerme correr de gusto, hum...



Este otro macho me lo reservo para que me ponga a cuatro patas. Lo cierto es que en esa postura no podría vérselas, pero me pone burro el sólo hecho de imaginar que me folla con esas sandalias caladas, como de hortelano de Murcia.




Y me quedo embelesado contemplando los dedos gordos de sus pies, como vergas descapulladas, turgentes, mostradas obscenamente.





Cabrón, no me hagas rabiar. Quítate las sandalias y acaríciame el paquete con tus pies.


Hazme la raya en medio de los huevos con tu dedo gordo.

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