Vaya culazo, vaya manazas, vaya barriga... Mi imaginación se acelera al ritmo de los estímulos visuales que me provocan las hechuras de este encofrador. Ya me parece estar viendo su polla gorda, descapullada, descomunalmente grande, casi tan ancha como el tubo que sujetan su manazas. Mi boca no es capaz de alojar semejante cacho de carne, pero me torturo pensando que puede ser mía.
Cuando veo a los currelas exhibir sus cuerpos, inconscientes de ser objeto de las miradas más lascivas, me pongo más caliente que el pico de una plancha. Porque no saben que los miro: porque me ven pasar, nuestras miradas se cruzan y no advierten que me los estoy comiendo en silencio. Por eso a veces me entran ganas de provocarles, de ser tan básico y tan cerdo como ellos y gritarles cosas del tipo:
¡Chulo, sácate el chupa-chús, que te voy a comer hasta el chicle!
Deberían prohibir que los trabajadores fuesen por ahí emulando el anuncio de la coca-cola.
No puedes ser calvo, maduro y pecho-lobo y pretender pasar inadvertido para mí. Escupe, cerdo. Deja tu impronta de macho sobre la acera para que me quede bien claro que será lo más cerca que esté de ti.
Me da la sensación de que en cualquier momento se te van a caer los pantalones. Y me da por pensar que debajo no llevas nada; que tu polla roza la tela impregnándola de los restos de orín cada vez que vas a mear, un poco apartado, cerca de cualquier árbol. Quiero esos pantalones, deseo olerlos, llevármelos a la cara y aspirar el olor a macho.
Tampoco deberían permitirte asociarte con tu hijo y exhibir pecho y cadena de macarra. Más si sé que de esa guisa os montáis en el camión y que compartís largas horas de viaje. En los trayectos largos os turnáis conduciendo para descasar. Es complicado dormir en la parte de atrás, pero se duerme; aunque el espacio resulta muy estrecho cuando llega la noche y los dos cuerpos se tienden el uno junto al otro. Hace mucho calor, por eso las pieles quedan impregnadas con el sudor del otro cuando se rozan los brazos, cuando una piernas invade el espacio del cuerpo vecino y semidesnudo. Pero cuando esto sucede te quedas quieto y te callas como una perra; te muerdes los labios y se te pone dura sólo de pensar que esa pierna, ese brazo o esa mano pueda acercarse un poco más, subir un poco más, sólo un poco más, por favor...
¿Cuánto rato puedo estar esperando ilusamente que se raje la tela o que, como poco, sea absorbida por la raja de ese culo?
La visión de ese encofrador compensa y justifica de largo las incomodidades y torturas de las interminables obras
ResponderEliminarSaludos
Madre mía... el de escupitajo no sé si me pone más por cómo es por el sipiajo en si... :O
ResponderEliminarHairy4ever: La verdad es que sí, que si viniera a mi casa un albañil así estaría deseando que no se acabara la obra e inventaría mil excusas para retenerlo. ¡Ja, ja, ja!
ResponderEliminarUn beso y bienvenido
ConMaduros: pero ¿lo dices porque te gustaría que te cayese encima?
ResponderEliminar¿?
Un beso
Puestos a escoger, preferiría que me cayera el señor en sí mismo ;)
ResponderEliminarConMaduros: mira que preferir que te caiga un señor en lugar de un gapo, ¡qué guarro!
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