lunes, 20 de abril de 2009

No nos podemos fiar de los ex seminaristas


Cuando era sólo un adolescente confundido decidió internarse en un seminario. Aquella era la manera perfecta, pensó entonces, de poner freno a sus extraños deseos, a todos aquellos pensamientos que le venían atormentando desde hacía tiempo; por eso, una vez que su cabeza quedó atemperada y descubrió que la religión no podría nunca apaciguar su alma, abandonó la vida religiosa antes de ordenarse sacerdote, aunque con un pie dentro del mundo de la enseñanza, en colegios de clase alta y alumnado estrictamente masculino.

En los veranos trabajaba como monitor en los campamentos de los catequistas. Como era un tipo alegre no le costaba trabajo conectar con los chicos, a quienes entretenía tocando la guitarra. Sentados a su alrededor, sobre el césped y vestidos únicamente con el bañador, los chavales le iban pidiendo que se inventara canciones con las temáticas más dispares; y él iba atendiendo sus peticiones mientras no podía apartar la mirada de sus jóvenes paquetes. Y ya fuera porque muy de cuando en cuando se escapaba de aquella minúscula vestimenta, ora parte de un escroto, ora un huevo entero, y a veces hasta la tímida cabeza de una polla, o simplemente porque los púberes iban caldeando el ambiente solicitando temas cada vez más picantes, a aquel hombre se le agolpaba la sangre en la entrepierna.

Pero sólo podía aliviarse en las letrinas, a puerta cerrada, imaginando que alguno de aquellos adolescentes, carentes ya de toda inocencia, atendía cualesquiera de sus peticiones sexuales. Y le encantaba dejar su lefa en el suelo, o estampada en los azulejos o en la maltratada puerta, imaginando que aquel legado blanco y espeso incitaría a continuar la labor masturbatoria de algún catequista que, quién podría saberlo, quizá se encerrara allí para machacársela pensando en él.

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P.D.: por cierto, ¿os dan morbo los calzoncillos blancos? Pues pronto comenzaré una serie en la que habrá tiempo para hablar largo rato sobre ellos.

4 comentarios:

  1. Desde pendejo me gusta oler y pajearme con los calzoncillos de mi viejo. Todavía lo hago.

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  2. ¡Ah!, ¿y quién no ha tenido esa fantasía!

    Gracias por tu comentario

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  3. Yo quiero este hermoso biejo es un macho siempre quise conocer una persona como el

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