Nada más entrar por la puerta del vestuario lo encontré cambiándose de ropa, ofreciéndome todo su cuerpo desnudo y de perfil. Ambos nos intercambiamos los correspondientes saludos de cortesía, aunque a continuación no pude evitar que mis ojos se fijasen en su polla. Vi que la tenía circuncidada, sobresaliéndole bastante el capullo del prepucio; como a mí me gustan las pollas: que cuando estén flácidas se les vea bastante el capullón.
Me situé en el sitio que normalmente ocupo; él, mirando a la pared, me daba completamente la espalda, así que no podía advertir que lo espiaba viendo mi imagen reflejada en los espejos. Empecé a mojar los calzoncillos sólo de pensar que estábamos los dos solos y que podía contemplar su culo cuanto se me antojase.
Sabía que a este tipo no le interesaban los tíos, pero sí que le encantaba sentirse observado. Sólo había que fijarse en su manera tan parsimoniosa de cambiarse, así como sus constantes y gratuitos paseos desnudo a lo largo y ancho del vestuario. Incluso tenía costumbre de, tras ducharse, ponerse delante del espejo corrido, completamente en bolas, a secarse el paquete con los secadores dispuestos en los lavabos.
Empezó a ponerse los calcetines. Mientras me seguía dando la espalda, apoyaba una pierna en la banca y se inclinada hacia delante, de modo que podía verle los huevos colgando tras ese culo firme y carnoso. Primero alzó una pierna, luego la otra... y yo no podía apartar la mirada de aquellos cojones oscilantes. ¡Cómo me estaba poniendo! ¡Qué ganas de follármelo allí mismo, postrándolo contra la pared!
Luego se puso un pantalón de algodón y color verde, sin calzoncillos... Mientras subía aquella tela por sus piernas, no sé cómo no me abalancé hacia él para, yo que sé, por lo menos cogerle ese culo antes de perderlo de vista.