A veces pienso que si tuviera que elegir un perfil de hombre para hacer realidad mis fantasías más perversas, creo que me quedaría con aquellos que me recuerdan a los de otra época. No me refiero a tipos de otros siglos necesariamente, sino a los que mantienen una imagen un poco trasnochada, retro, más propia de décadas anteriores: son hombres sencillos, poco preocupados por su imagen; pueden estar en forma y ser delgados, pero no tienen porqué estar fuertes; son machos auténticos, sin aditivos, sin cuidados que resten ni un ápice de su virilidad; y, por supuesto, tienen vello, mucho vello corporal, fruto de un exceso de hormonas masculinas que hasta les hace estar
calvos.
Como ya he dicho alguna vez, me seduce tremendamente ese tipo de hombre que sale a la calle con el único arreglo de haberse duchado, afeitado y vestido con una ropa corriente. El hombre sencillamente atildado es mi hombre preferido. Y si alguien está pensando que estoy definiendo lo que se suele llamar un tío cateto, pues sí: a ese tipo de hombre me estoy refiriendo exactamente.
William Holden, es decir,
Maligno, cumple perfectamente con ese aire de hombre antiguo que me hace babear. Mirad qué pecho, mirad qué hoyuelo en la barbilla. Como diría mi abuela: mirad qué limpio y qué bien peinado; que dan ganas de comérselo a besos.
Otro ejemplo de cateto buenorro a pesar de barrilete, sería el
ex president.
Y no hablemos de su sustituto, quien como antiguo, feo y hortera y como una de mis últimas y más extrañas obsesiones, se merece una entrada personalizada, y la tendrá.
Volviendo al gremio de los actores, un tipo que de pequeño me volvía loco era el padre de los hermanos Walsh. Mirad ese torso de papi que no hace ejercicio pero que juega el fútbol los domingos con sus amigotes. Mirad esos pantalones subidos hasta casi la sobaquera como un hombre antiguo de verdad:
Mirad qué manera más absurdamente recatada de ocultar el ombligo, cuando es precisamente esa retroactitud la que hace palpitar mi sexo, deseando robarle a ese macho casero todo esa perversión aún sin explotar.
Pero mi cateto favorito, el hombre antiguo cuyo platónico deseo me hace expulsar más precum sobre cualquier otro desde año años, es este discreto habitante de las páginas de las revistas rosa:
Con ese pelo ralo que se empeña en mantener en lugar de aligerar, aunque es precisamente ese error estético uno de los que me resulta más morboso de su imagen:
Pero, después de todo, mirad qué apuesto y elegante, a pesar de llevar innecesariamente diez años más encima:
También podemos contemplar a este macho en la playa, a pecho descubierto. Me encanta la manera en que la línea de su barba medio cana se enlaza con el cabello ralo. Observo, otra vez, un torso poco atlético. ¿Es un efecto óptico o hay una leve pelusilla sobre sus hombros?
No es menos turbadora su presencia inmortalizada sobre la cubierta de este yate. Sin tener un cuerpo cultivado, me recuerda a una estatua grecorromana, con esos cabellos ondulados de centurión y el agua escurriéndose por su piel, que empapa su bañador y lo ciñe a su paquete.
Y desde la Edad Antigua regresamos a la actualidad y de repente el centurión se ha convertido en un buenorro papi de familia, cargando con las hamacas, la sombrilla y la cesta de los bocadillos (de caviar).
Pero es precisamente esta foto tan poco favorecedora la que más me ilumina. Mirad qué hechuras de hombre normal y corriente, con esa pelusilla de vello por encima del culo. Hum... qué ganas de bajarle el bañador y practicarle ahí mismo un pedazo rimming que no pueda olvidar jamás.
Y para terminar, un detalle más para que comprendías por qué los hombres con pinta de antiguos son capaces de captar mi atención sobre todos los demás.